miércoles, 23 de abril de 2014

El círculo imperfecto

El círculo imperfecto

Nada ocurre por casualidad. En el entramado mecánico del Gran Relojero cada pieza tiene su lugar, cada tornillo su tuerca y cada acontecimiento su razón de acontecer, su objetivo y su fin. Tardamos en apreciarlo pero la pequeña pieza del gran rompecabezas que no encuentra su sitio y está ahí estorbando en medio de todo el resto, al final reconoce su hueco y se ajusta a él con total exactitud. No es preciso embutirla a martillazos solamente para quitárnosla de encima porque nos está incordiando. Como dice la máxima, “todo lleva su tiempo”. (50 años).
¿Cuándo me di cuenta yo de la trascendencia del corroncho imperfecto de Manuel?
(Esto se verá en el próximo episodio)


En el episodio anterior… veíamos cómo el maestro del tiempo presente dibujaba una circunferencia perfecta en contraposición a la que dibujó, o intentó hacerlo al menos, Manuel, mi amigo y compañero de instituto medio siglo antes. El tiempo parece que nos acerca a la perfección. Podría objetarse que nuestro profesor de hoy es mejor dibujante y tiene mejor pulso que mi compañero de ayer. No lo admito. Mi amigo era tan bueno como él o mejor y punto. Yo se lo atribuyo más bien al tiempo. En el camino de perfección el tiempo es un aliado. Aunque también es un delator. Trataré de explicarme:

Gracias a la contribución que a la ciencia hizo Henrietta Leavitt en la rama de la astronomía podemos detectar imperfecciones ocultas que se escapan al ojo del torpe investigador vulgar. Una ligera desviación hacia el rojo en la tonalidad cromática de las estrellas pulsantes permitió a Henrietta detectar a qué velocidad éstas se alejaban del monóculo de nuestro telescopio y deducir la distancia a la que se encontraban e incluso medir el diámetro de la burbuja de nuestro universo globo y de paso (con ayuda de complicados y sofisticados cálculos matemáticos cuya exposición ocuparía un excesivo espacio en el tema que nos ocupa además de ser irrelevante y llevaría demasiado tiempo del cual ninguno de los dos disponemos el necesario dadas nuestras respectivas agendas) la capacidad pulmonar del niño dios que lo soplaba para inflarlo hasta hacerlo estallar.


Empecemos por analizar la circunferencia dibujada por nuestro profesor: Aparentemente perfecta. A simple vista alfa y omega coinciden en un punto único. Apliquemos ahora la visión cromática que nos da la medida de la dimensión adicional del tiempo. La circunferencia por el lado del alfa tiende al azul y por el lado del omega al rojo. ¿Qué quiere decir esto? Que están en distinto plano temporal (tardó en dibujarla apenas un segundo pero un segundo es tiempo).

Conclusión: El alfa y el omega no coinciden. Igual que la circunferencia de mi amigo Manuel. Desafortunadamente no podemos comparar cual de las dos es más perfecta o más imperfecta, ya que don Vicente, previsor él, se ocupó de mandar borrar la pizarra, pues en la clase siguiente teníamos religión con don José María y en esto era muy pulcro: No le gustaba dejar rastro ni de las hazañas ni de las fechorías de sus alumnos para la posteridad, ya fuera esta posteridad de cinco minutos que era el tiempo de que disponíamos entre clase y clase o de cincuenta años que esta sí que es de las que se escriben con mayúscula.


Mi amigo, otro adelantado a su tiempo, nos dejó la circunferencia sin cerrar y el círculo abierto permitiendo sacar el área de sus brazos como una galaxia hacia el infinito para demostrarnos la inmensidad del universo cuando se contemplan las pequeñas cosas, más allá de lo evidente y aparente, con la visión de una dimensión adicional, ya sea ésta el tiempo o sea el campo imaginario que medimos con la unidad de imaginación que llamamos “número i”.


¿Por qué no se me ocurrió esto a mí? ¿Por qué he tardado medio siglo en darme cuenta? ¿Por qué ningún otro en estos cincuenta años había caído en la cuenta? Hay varias razones:

Primera y fundamental: porque don Vicente mandó borrar la pizarra y todo quedó en el olvido.

Segunda: porque aquel fue el día de gloria de Manuel en el patio a la hora del recreo y eso sí que ha quedado grabado para la posteridad en la memoria colectiva, incluso  instalado en nuestros genes como una posible mutación genética.

Tercera: Al igual que Henrietta Leavitt, que Luis Buñuel y que Fernando Trueba, mi amigo Manuel tenía un ojo con una cierta desviación hacia el rojo que le permitía mirar y ver el mundo en 3D sin necesidad de gafas especiales. Esta tecnología que se popularizó y se hizo asequible para todo el mundo a finales del siglo pasado, no muy lejos de este presente que nos ocupa, no estaba a disposición del ciudadano medio ni del estudiante medio ni siquiera del científico  medio y mucho menos del mediocre. Henrietta le sacó partido, lo mejor que supo y pudo. Luis Buñuel y Fernando Trueba lo plasmaron en sus sueños de celuloide. Mi amigo no. Le bastó con su día de gloria.

Cuarta: Todavía la espiral de ADN, cuya base fundamental intuyó con gran lucidez mi amigo Manuel cuando plasmó su diseño en el tablero negro de nuestra clase de matemáticas, no había entrado en las aulas del instituto ni de la universidad, aunque ahora ya sabemos que estaba enroscada desde tiempos inmemoriales en el tronco de un árbol frutal del Jardín del Edén de Adán y Eva, nuestros primeros abuelos.

“Demasiada perfección es un error”, le dice el topo Jodorowski  a su tercer maestro.

“Los errores tienen carácter sagrado: no intentéis corregirlos”, confirma Dalí.

Si el alfa y el omega, el principio y el fin de todas las cosas, no se cierran en un punto como las leyes del mundo perfecto ordenan y mandan es que tal vez se nos esté entreabriendo una puerta hacia una nueva dimensión jamás hollada… en el vórtice imperfecto del infinito… en 4D.


Julio Fidel Díez Reinares               Módulo III          Matemáticas

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