El círculo imperfecto
Nada ocurre por casualidad. En el
entramado mecánico del Gran Relojero cada pieza tiene su lugar, cada tornillo
su tuerca y cada acontecimiento su razón de acontecer, su objetivo y su fin.
Tardamos en apreciarlo pero la pequeña pieza del gran rompecabezas que no
encuentra su sitio y está ahí estorbando en medio de todo el resto, al final
reconoce su hueco y se ajusta a él con total exactitud. No es preciso embutirla
a martillazos solamente para quitárnosla de encima porque nos está incordiando.
Como dice la máxima, “todo lleva su tiempo”. (50 años).
¿Cuándo me di cuenta yo de la trascendencia del corroncho imperfecto de
Manuel?
(Esto se verá en el
próximo episodio)
En el episodio anterior… veíamos cómo el maestro del tiempo presente dibujaba una circunferencia perfecta en contraposición a la que dibujó, o intentó hacerlo al menos, Manuel, mi amigo y compañero de instituto medio siglo antes. El tiempo parece que nos acerca a la perfección. Podría objetarse que nuestro profesor de hoy es mejor dibujante y tiene mejor pulso que mi compañero de ayer. No lo admito. Mi amigo era tan bueno como él o mejor y punto. Yo se lo atribuyo más bien al tiempo. En el camino de perfección el tiempo es un aliado. Aunque también es un delator. Trataré de explicarme:
Gracias a la contribución que a
la ciencia hizo Henrietta Leavitt en la rama de la astronomía podemos detectar
imperfecciones ocultas que se escapan al ojo del torpe investigador vulgar. Una
ligera desviación hacia el rojo en la tonalidad cromática de las estrellas
pulsantes permitió a Henrietta detectar a qué velocidad éstas se alejaban del
monóculo de nuestro telescopio y deducir la distancia a la que se encontraban e
incluso medir el diámetro de la burbuja de nuestro universo globo y de paso (con
ayuda de complicados y sofisticados cálculos matemáticos cuya exposición
ocuparía un excesivo espacio en el tema que nos ocupa además de ser irrelevante
y llevaría demasiado tiempo del cual ninguno de los dos disponemos el necesario
dadas nuestras respectivas agendas) la capacidad pulmonar del niño dios que lo
soplaba para inflarlo hasta hacerlo estallar.
Conclusión: El alfa y el omega no
coinciden. Igual que la circunferencia de mi amigo Manuel. Desafortunadamente
no podemos comparar cual de las dos es más perfecta o más imperfecta, ya que
don Vicente, previsor él, se ocupó de mandar borrar la pizarra, pues en la
clase siguiente teníamos religión con don José María y en esto era muy pulcro:
No le gustaba dejar rastro ni de las hazañas ni de las fechorías de sus alumnos
para la posteridad, ya fuera esta posteridad de cinco minutos que era el tiempo
de que disponíamos entre clase y clase o de cincuenta años que esta sí que es
de las que se escriben con mayúscula.
Mi amigo, otro adelantado a su
tiempo, nos dejó la circunferencia sin cerrar y el círculo abierto permitiendo
sacar el área de sus brazos como una galaxia hacia el infinito para demostrarnos
la inmensidad del universo cuando se contemplan las pequeñas cosas, más allá de
lo evidente y aparente, con la visión de una dimensión adicional, ya sea ésta el
tiempo o sea el campo imaginario que medimos con la unidad de imaginación que
llamamos “número i”.
¿Por qué no se me ocurrió esto a mí? ¿Por qué he tardado medio siglo en
darme cuenta? ¿Por qué ningún otro en estos cincuenta años había caído en la
cuenta? Hay varias razones:
Primera y fundamental:
porque don Vicente mandó borrar la pizarra y todo quedó en el olvido.
Segunda: porque aquel fue
el día de gloria de Manuel en el patio a la hora del recreo y eso sí que ha
quedado grabado para la posteridad en la memoria colectiva, incluso instalado en nuestros genes como una posible
mutación genética.
Tercera: Al igual que
Henrietta Leavitt, que Luis Buñuel y que Fernando Trueba, mi amigo Manuel tenía
un ojo con una cierta desviación hacia el rojo que le permitía mirar y ver el
mundo en 3D sin necesidad de gafas especiales. Esta tecnología que se
popularizó y se hizo asequible para todo el mundo a finales del siglo pasado,
no muy lejos de este presente que nos ocupa, no estaba a disposición del
ciudadano medio ni del estudiante medio ni siquiera del científico medio y mucho menos del mediocre. Henrietta le
sacó partido, lo mejor que supo y pudo. Luis Buñuel y Fernando Trueba lo
plasmaron en sus sueños de celuloide. Mi amigo no. Le bastó con su día de
gloria.
Cuarta: Todavía la espiral
de ADN, cuya base fundamental intuyó con gran lucidez mi amigo Manuel cuando plasmó
su diseño en el tablero negro de nuestra clase de matemáticas, no había entrado
en las aulas del instituto ni de la universidad, aunque ahora ya sabemos que
estaba enroscada desde tiempos inmemoriales en el tronco de un árbol frutal del
Jardín del Edén de Adán y Eva, nuestros primeros abuelos.
“Demasiada perfección es un
error”, le dice el topo Jodorowski a su
tercer maestro.
“Los errores tienen carácter
sagrado: no intentéis corregirlos”, confirma Dalí.
Si el alfa y el omega, el
principio y el fin de todas las cosas, no se cierran en un punto como las leyes
del mundo perfecto ordenan y mandan es que tal vez se nos esté entreabriendo
una puerta hacia una nueva dimensión jamás hollada… en el vórtice imperfecto del
infinito… en 4D.
Julio Fidel Díez
Reinares Módulo III Matemáticas
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